Y qué le voy a hacer, si hasta que no siento que me ahogo y me falta el aire no me siento viva: es en esa lucha por mantenerme al borde, al filo de lo seguro – casi rozando lo dañino y perverso – donde me encuentro en mi salsa para bailar con los suspiros, los que dejé escapar y no echo de menos.
Me gusta perderme e irme muy lejos, tan lejos que me pierdo de vista a mí misma, a mi coherencia. Me pierdo y me dejo a un lado porque quiero encontrar un lugar inexplorado, inmaculado, virgen, libre de todo pensamiento y de toda idea perjudicial. Un lugar sin reposacabezas, donde colgarlas en una percha para pasear más libremente. Un inmenso espacio donde poder contemplar mis sueños – existen – bañados por un mar en calma, manso y adormilado. Ese lugar azul, grisáceo, cristalino, construido por vidrieras transparentes, me asegura la continuidad del consuelo, del reposo, de la posibilidad de evocar energía humana y miradas.
Despiértense las almas, y anímense a bailar. Un lugar donde verlas bailarse y contemplarse asombradas por todo el calor que desprenden; por las explosiones y fuegos que provocan. Como la lava de un volcán tanto tiempo reprimida y que por fin se desvoca, extasiada al encontrar una forma de expresión propia. Quiero ir a ese lugar y contaminarlo de mis emociones. Ver competir mis nervios por avivar la caldera que mantiene en marcha mi motor.
Pongámonos salvajes y bebámonos la noche a sorbos grandes, porque es cómo se bebe algo cuando el ansia te supera, cuando te pueden las ganas. Dedíquemonos a esquivar las decisiones correctas, cometamos unos cuantos errores. Perjudiquémonos.
Y cómo evitarlo, cómo no huir a la desesperada hacia ese lugar – mi piel en una lucha continua por descamarse y mudar, cansada de respirar este aire tan limpio, cansada de su sequedad y su condición débil. Porque la sensación de vivir se nos cuela entre los dedos, se escurre para escaparse de nuestras manos, y sólo vuelve a nosotros cuando la recreamos, cuando intentamos fieramente disfrutar la estancia, sea la que sea y signifique eso lo que quiera significar.
Porque si es cierto eso de que todos llevamos un pequeño genio dentro de nosotros – una versión de nuestro auge, uno “yo 2.0” – entonces ese genio no debe encontrarse por ahí tirado en cualquiera de nuestras esquinas, de nuestros detalles; debe estar a sus anchas, pasando un buen rato, esperándonos en un lugar donde verdaderamente podamos disfrutar de ser nosotros mismos, donde sinceramente podamos llegar a querernos, a vivir codo con codo con nuestra cordura sin que ésta nos vuelva locos. Y si es que de verdad queremos encontrarlo, habrá que trabajar muy duramente para llegar a tan inhóspito lugar, aunque tengamos que derrotarnos innumerables veces, pues ese genio está destinado a hacer grandes cosas – o en eso pongo toda mi fe – y cuanto más fértil sea la tierra que le encontremos para que brote, mejor.
Todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior. Lo que importa es qué parte elegimos potenciar.