Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez ni exista - Extremoduro.

Refritos o nuevas perspectivas

jueves, 9 de junio de 2011 by Chio Eme
Qué busco en la vida, qué pretendo extraer de ella. Necesito una prueba, cognitivamente tangente, de que la llamamos 'vida humana' porque de verdad es común a toda la especie humana, a toda persona andante.
Deben de existir unos lazos, finos, delicados, que nos conectan a todos, a unos con otros; en mayor o menor grado, sí, pero conectados al fin y al cabo. Y la lucha, mi lucha o mi pesar, radica en nuestra habilidad para no ser conscientes de ello, para jugar a olvidarnos de que existen. Porque existen, o quizá lo que existe es mi fe en ellos, mi fe en que todo ser humano posee un enorme océano dentro y, al mismo tiempo, una criatura que lo gobierna y otra que agita sus olas. Y esa criatura es la persona misma, y, si la persona quisiera, podría vivir dentro de él, podría dedicarse a conocer su océano y sus criaturas.
Pero no podemos comportarnos como entes aislados; los océanos de nuestro mundo no son independientes, no constituyen elementos delimitados, sino que se comunican entre ellos, formando un solo elemento que denominamos Tierra. Llamémosla especie humana. ¿Quién no desearía conocer los estrechos, mares y canales palpables que podrían conducirnos fuera de la soledad, fuera de nuestro existencialismo, fuera de nuestro egocentrismo y falta de empatía? Hablo de verlos claros, poder cruzarlos y entrar en una más abierta comunión con las personas.
Creo que la vida se alimenta de personas, que las personas somos los océanos de la vida, y por ello, asimismo, nos alimentamos los unos de los otros. Todos necesitamos humanidad, calor humano, sentirnos comprendidos, admirar a alguien o a mucha gente, luchar por mejorar... y todo ello carece de sentido si lo sacamos del contexto humano, si intentamos lograr alguna de esas cosas de manera individual absoluta. No es concebible porque no es posible, o no quizá no es posible porque no es concebible. El caso es que, queramos o no, necesitamos alimentarnos, y lo que es más importante: algunos queremos. El problema surge cuando no sabemos cómo hacerlo, cuando aún queriendo, nos sentimos incapaces de lograrlo. Por ello la conciencia, despierta y poderosa, debería iluminarnos como una potente luz, debería ilustrar el camino perdido que nos conduce a los demás, al resto de mares.
Es triste no encontrar esa luz, no hallar el botón que la encienda. Y siempre ayudan las ansias por individualizarnos, por adquirir independencia, por la absurda ambición de destacar por encima de otros. No hay un océano igual a otro, ni en tamaño, densidad, ni tan siquiera en criaturas. Ser conscientes de que esas conexiones a veces nos conducen a lugares o maneras de ser desconocidas es tener la mitad del camino recorrido; la otra mitad es aceptar nuestras diferencias, y no frustrarnos por las deficiencias que nos observemos al compararnos, ni relajarnos al descubrirnos ventajas que desconocíamos, pues el hombre es muy capaz de recorrer un mismo camino una y mil veces... y, lo curioso es que, paradójicamente, cada recorrido nos enseña cosas nuevas, cosas en las que antes no habíamos logrado reparar... Cada lectura de un mismo texto aporta conocimiento nuevo, cada nueva interacción con una misma persona aporta un nuevo mundo.
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