Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez ni exista - Extremoduro.

Dust

martes, 27 de julio de 2010 by Chio Eme
De camino a la ansiada playa, donde esperamos sofocar nuestro calor, nos encontramos con gran cantidad de piedras. No todas llaman nuestra atención; debe ser por su brillo, forma, color... Hay algunas sencillamente preciosas y también hay otras algo deterioradas por el tiempo. De camino a la playa soñamos con encontrar nuestro ideal de piedra, o soñamos con encontrar a una que se salga de lo habitual. Muchas veces en nuestro camino se cruzan piedras que parece casi obligatorio coger, porque son lo que toda persona querría o porque realmente uno parece tonto si las deja escapar. A la hora de la verdad, coger piedras de más hace que el bolso acabe pesando, y en mi opinión, cabe plantearse si es bueno o no llevar demasiado peso, porque el camino a la playa es muy largo. Uno nunca sabe lo que puede depararle agacharse a coger una piedra. Yo me pregunto hoy, más que nunca, si de verdad merece la pena hacerlo. Más que eso, me pregunto si es una obligación humana coger las piedras más bonitas simplemente porque lo sean... ¿Qué hay de las que resplandecen menos, de las que requieren que te pares un rato a mirarlas bien? Te lo diré: deben escupirse encima reiteradas veces para conseguir quedar más limpias y ganar algo de brillo, para poder así volverse más resplandecientes y llamativas... ¿O no, o no funcionan así las cosas?
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Tocado y hundido.

lunes, 26 de julio de 2010 by Chio Eme
De una manera extraña que aún no acabo de comprender, tú te has tranformado en yo y yo me he quedado a mitad de camino entre lo que era y lo que soy. Siento las balas arder en mi orgullo y siento cómo están hechas del mismo material que mis ideas, mis propósitos, mi antigua energía... ¿cómo es posible que me hayas robado mientras me hacía la dormida? Te he regalado mi casa y me he quedado esperándote en el porche. Ahora lo veo tan claro... sólo yo puedo sentirlo así: te he dado parte de mí misma y lo gracioso es que no esperaba recibir nada a cambio, porque no me daba cuenta de que más que prestarlo o compartilo, lo estaba regalando y desprendiéndome de ello.
No puedo mirarte más hasta que no sepa responderte de otra manera. Pero no sé cómo quitarme la correa sin que te des cuenta. ¿Y piensas que no te he aportado nada? ¿o ni siquiera te lo has planteado? Contigo nunca sé qué pensar... Quiero ponerle un punto y aparte a esto. Quiero que la primera palabra del siguiente párrafo la pongas tú. Y al mismo tiempo quiero que no la pongas. No sé, no sé, esto parece que me supera. Pensaba que era capaz, pero no recordaba lo amargo que era todo. No encuentro la parte dulce; hoy quiero no avanzar en ninguna dirección, quiero echar marcha atrás y avanzar desde donde me había quedado. Pero sé que no es posible, para ser más sinceros quiero quedarme con lo bueno de esto, si es que existe parte buena, y acogerla como futuro conocimiento para próximas experiencias. En definitiva, aprender o quedarme con algo de esto. Pero no sé si te lo has llevado todo, o si has tenido la consideración de dejar algunas migajas para mí.
Bah, paso, las mismas culpas mías no son tuyas. O quizá no hay culpas. De vivir se trata esto... Yo he decidido cambiarme las pilas, ponerme unas nuevas. Me siento como una cría chica... otra vez. La última en un tiempo.
He llegado a mi actual límite y lo he traspasado. Cada vez entiendo menos de lo que digo y digo menos de lo que quiero decir. Me he sentido muy rara y a la vez cada vez menos cuerda. Y ahora asciendo de nuevo, de nuevo hacia la cordura, hacia la variabilidad. Mis pasos no serán ya más de hormiga, espero que sean lo suficientemente grandes como para dejarte atrás, muy atrás en otro tiempo.
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Are we human or are we dancers?

by Chio Eme
No entiendo cómo un día puede gustarte el calor y, después de pasar unos días preguntándote si eres más bien fría, pasar de repente a gustarte el frío. Muchas veces creo que basta con que me plantee algo para, pasado un tiempo, acabar creyendo en ello. Creo que la cuestión radica en la curiosidad que provoca lo desconocido. O en la empatía, quién sabe.
Vives pensando que no eres una persona depresiva, sino más bien estable, calmada y flexible. Y por eso mismo, de buenas a primeras, te encuentras dos días encerrada en tu casa intentando juntas fuerzas para salir a la calle... ¿y por qué? Ni siquiera sabes el motivo por el que estás por los suelos, y acabas remitiendo todo tu odio a ti mismo. Desde luego el estado de ánimo es como un ciclo, o mejor dicho, como una cadena, un círculo, la pescadilla que se muerde la cola. Un día te levantas con el buen pie, y se te nubla el juicio y olvidas que tu buen humor es pasajero, que no todos los días te resultarán tan fáciles como ése... Igual ocurre con los malos días; todo sería más sencillo si nos acordáramos de que el mal humor también se irá.
Llego a pensar que lo mismo ocurre con los sentimientos... Un día lo tienes tan claro, ves con tanta nitidez la naturaleza de lo que sientes hacia alguien que de repente se te olvida lo que son las dudas... y sin embargo, nada más proclamarlo con voz firme y alta, comienzan a asaltarte. Nunca me ha gustado decir claramente lo que siento porque creo que cuando lo materializo en palabras se hace realidad. De mientras me gusta darle esquinazo, pensar que es un rumor pasajero, que igual que coló por una ventana, también sabrá salir por otra.
Soy inconstante, indecisa, insegura... Pero porque no me parece que haya un supuesto al que podamos aferrarnos completamente; hay pequeñas marcas que iluminan y guían nuestro caminar, pero bien sabemos que hasta las señales de las carreteras se acaban borrando, volando, deteriorando... Todo pasa y todo queda. Véase si no el famoso principio de incertidumbre... Y creo que ésa es precisamente la gracia de las cosas... que cambien, que se muevan, ¿si no cómo iba a avanzar la historia?
Por suerte o por desgracia, también los sentimientos cambian. Se transforman, como todo, es decir, no desaparecen. Me gusta pensar que, aunque distintos, siguen ahí; que hace falta algo más que el transcurrir del tiempo para desgastarlos, algo más que la rutina para emborronarlos, y algo más fuerte que el miedo y la desconfianza para eliminarlos, aunque los debiliten. Si el miedo y la desconfianza fueran suficiente arma para matarlos, al terminar una relación sería fácil superar una ruptura, pero no lo es; la mayoría de las veces las relaciones no acaban porque "se hayan acabado" los sentimientos.
Aún sigo soñando con el día que pueda proclamar a los cuatro vientos y sin miedo que por fin poseo la certeza que sólo se presenta una vez en la vida.
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Siempre iluminada para mí, por mí, por mí, por mí...

sábado, 24 de julio de 2010 by Chio Eme
Una noche más y aquí estoy; estoy sola, sola con mis recuerdos. No nos engañemos a nosotros mismos: no todos los recuerdos son malos, incluso los malos se vuelven positivos una vez se ha superado esa etapa y uno logra mirarlos con la mirada con que se mira a un viejo amigo, a un hermano.
¿Cuántas cosas buenas tenemos/poseemos? Si me tuviera que parar a contarlas estoy segura que acabaría perdiendo la cuenta de cuántas veces he doblado los dedos de mis dos manos. Por más que haya motivos feos, graves, angustiosos y de gran peso para abandonarse a la tristeza, existen, al menos, el doble de motivos para sonreír. Sí, de acuerdo, esto suena a tópico inútil utilizado y reciclado cientos de veces sin ningún efecto, al menos, a corto plazo. Lo es. Pero, francamente, me importa muy poco. Cuando uno dice algo en un momento justo, es porque ese algo esconde una larga historia detrás. La de mi "algo" es bastante simple.
Cada vez me impresiona, de manera más brutal, el famoso efecto mariposa. Cuidado con lo que hacemos, decimos o aconsejamos... uno jamás podría imaginarse las consecuencias que eso podría tener. No le des fuego y un cigarro a un adolescente en pleno desarrollo de sus intrépidas curiosidades y ganas de experimentar más profundas, porque probablemente lo cogerá (generalizando, que es gerundio...). No sugieras con una amable sonrisa a un supuesto débil, blanquito nuclear ignorante, que se exponga al sol en la playa sin siquiera hablarle de lo que es una crema protectora solar... ya sabes lo que viene a continuación: se quemará. Y no es que tengas mala leche, que quieras que el pobre se queme, es que tú has estado muchas veces ya en la playa, ¿verdad? y lo que es quemarse ya te has quemado; sabes que duele, pero también sabes que todo dolor es pasajero y que en este caso hay opciones: aftersun y despellejarse. Tan simple como eso. ¿Quién no se ha quemado alguna vez? El caso es que tú no has acabado con cáncer de piel, ¿verdad, majete?
Te admiro a la vez que te detesto; en mi más hondo y profundo mar hay peces que te recriminan muchas cosas, y a los que les gustaría que tú te sintieras algo culpable. Tranquilo, cordura ante todo: predomina el sentimiento (llámese x) antes que el odio. En realidad estos peces son como mosquitos que vuelan todos hacia la luz, tu luz. Y yo dejo abierta la ventana con la luz bien encendida; una luz que se instaló sola y que decidió tirar a la basura el interruptor para que no pudiera yo apagarla nunca... y, dime, ¿cómo evitar, llegados a este punto, que te piquen los mosquitos?
Sabes y conoces mi debilidad; yo siempre canto a tu ventana. Noche sí, noche también. Soy una fija; tu ventana es la única certeza que posee esta niña insegura. Siempre estaré ahí, aunque no me dé cuenta. ¿Qué por qué digo ahora esto, que por qué aflora ahora? Siempre está en pause, que no es pause sino standby, y de vez en cuando reclama su derecho a comerme la cabeza un poco, a recuperar el trono y la jefatura de mi órgano vital cardíaco. Y qué más da... Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar... pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.
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Lo que no colaba al quitar el tapón...

jueves, 22 de julio de 2010 by Chio Eme
No esperes que te diga nada; acaba de sonar el despertador y apenas puede hablar. Dará tres o cuatro vueltas más en la cama, se irá quitando poco a poco las legañas, la pereza y la inutilidad. Dentro de media hora será otra. Espera a que desayune sin ganas, a que se vista y lave la cara, y finalmente decida pintarse un poco para no sentirse demasiado culpable por arrastrar su mala cara a todas partes.
Quiere ser una cálida más, mezclarse con el gentío y regalar buenas palabras y sonrisas. Dar de sí para construir una buena y agradable atmósfera vital.
Sale a la calle, llena de energía positiva, que se va disipando conforme avanza y recorre las aborrecidas calles. Observa su reflejo en varios cristales y escaparates, y cada vez se siente más insegura acerca de lo que ve. Pero sí, es ella, aunque no se lo crea, es ella. La que lleva una falda y unas sandalias y deja tan al aire a sus tímidas piernas. Ahora no piensa hacerles caso. Pero, uf, otro golpe inesperado. Ve su rostro de golpe con total claridad. ¿Y todo ese maquillaje? Discreto, pero notable. El día que una no lo lleva le preguntan que si está enferma porque tiene mala cara. Qué asco. Sigue andando.
Al fin, al fin veinte minutos después llega. Hola, qué tal. Mira quién viene por ahí. Salúdemoslo, sabes bien que él no se va a acercar. Saludado. Continuemos cabalgando minutos y horas. Comamos, bebamos, cantemos, hablemos, ríamos.
Deja de mirar el reloj, concéntrate en tu rato de actividad social... Uf, otra vez; esta vez ha sido totalmente sin querer. Ha vuelto a desconectar. Cuando vuelve a mirar a las caras que le rodean nadie parece haberse dado cuenta. Bien, continuemos.
Vuelta a casa. El momento más satisfactorio del día. No por desahogo, no por ansia, no por querer abandonar a sus amigos. Ese momento le trae la más indescriptible paz. La más sincera, y seguramente acertada, reflexión que haya podido hacer a lo largo del día. De acuerdo.
¿De qué se trata esto? Coge el móvil, para variar no tiene saldo. Anticipo. Una llamada acertada: afirmativo. Le espera una inesperada noche de fiesta, de diversión y emoción. ¿De verdad era tan fácil, tan simple como eso?
Sale de día de algún buen lugar, y se dirige a su casa con una sonrisa de oreja a oreja. En lo que no cae en ese momento es en la resaca que le espera en unas pocas horas. No importa.
Cuando al día siguiente intenta plasmar algo de lo que siente en una pantalla... se encuentra con serias dificultades. Es un día escondido, un secreto. Lo máximo que alcanza a decir es que se siente totalmente capaz de cualquier cosa.

No busco dar el coñazo a nadie, y menos a ti. No busco entretenerte, porque una siempre debe defender que tiene mejores cosas que hacer. Pero busco tu sonrisa imaginaria, tu sonrisa omitida pero involuntaria, y quizá también, por qué no decirlo, tu aprobación. No sé en qué te has convertido, no sé qué significas para mí, pero te siento como una fuente que me suministra sentimientos, regaliz y adrenalina.
Sin embargo, hoy mi cuarto se ha inundado de recuerdos, algunos dulces y otros amargos. Otros agridulces. Multiplicidad de fotografías que describen instantes que ya he olvidado; que he decidido sustituir por una simple foto. Las imágenes nos roban instantes del alma y de la existencia ¡y consiguen conservar ese instante de vitalidad para siempre! El tiempo pasa y ves tu cara de niña colgada en tu pared, mirándote y preguntándote: ¿quién eres? Y no sabes qué contestarle o contestarte, aunque te debes esa respuesta.
Mi pensadero acoge, hoy, varias cosas. Batallas en pause con la batería cargada para cuando quiera comenzarlas. Batallas en continuo avance y retroceso según las rebobino para angustiarme a mi antojo. Ilusiones y confianza en las personas, en la vida y en los sentimientos. Imposiciones nunca cumplidas.
Pero sobre todo te acoge a ti, y yo ya no sé cómo ignorarte, ni siquiera quiero hacerlo, pero hace ya unos años me ordené olvidarte... y, en fin, ya me ves, aquí sigo.
No sé cómo luchar contra un sentimiento que ya no recuerdo, que no me pertenece a mí, sino a la cría de la foto. Cógela y dile lo que quiere escuchar, y convéncela, al fin, de que me deje en paz de una vez. Hace ya tiempo que no me gustan los sinsentidos, las tonterías y las incomprensiones. Y esos ojos de la pared que brillan cuando tú tocas su cara todo lo que me traen es sentirme ridícula.
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Green

lunes, 19 de julio de 2010 by Chio Eme
Pistas, pistas, pistas. Buscamos desesperadamente pistas. Uno dice no creer en las señales pero a la hora de la verdad todos esperamos a que la otra persona nos haga un gesto, el gesto; a que selle sus labios en señal de haber terminado de hablar, a que nos mire a los ojos para que dirijamos los nuestros también hacia los suyos, o a que nos salude por la calle para poder devolverle el saludo. Y sabemos dónde encontrar las pistas, sí, sabemos que se encuentran en los demás.
Vivir aislado, en el campo, lejos de cualquier contacto humano, es completamente factible durante un tiempo. Pasado ese tiempo uno empieza a echar en falta cosas, que no son cosas, sino personas. Quizá sea sólo mi punto de vista pero, ¿qué sentido tiene tener algo si no se puede compartir o enseñar a otra persona? A todos nos pide a gritos, a veces, el espíritu, evadirnos. Desconectar. Vivir una experiencia íntima y emocional a la par que sensorial. Trascender. Llegar al fondo de la cuestión. Conseguir plantearnos esos interrogantes, esas cuestiones; sacarlas de lo más hondo de nosotros, porque sólo así podemos encontrarles una respuesta. Pero, ¿y si no lo consigues? ¿y si excarvas a tu antojo y dejas cosas olvidadas ahí dentro? Para eso están las segundas opiniones.
Desde luego que una opinión no es suficiente, y menos si es sólo la nuestra. Odio aferrarme a las cosas y menos si éstas han salido de mi cabeza, donde se cocina con poco aceite. No quiero, no basta. Qué afortunados los momentos en los que eres capaz de maravillarte ante la sabiduría y honestidad que puedes encontrar a tu alrededor. A veces estas cualidades se esconden en cuadros que estamos cansadísimos de ver, en canciones que hemos escuchado cientos de veces y cuya letra conocemos y cantamos por inercia, sin pararnos a analizar detenidamente las verdades que encierra.
Somos animales, sí, pero somos ante todo heterótrofos. Está comprobado: uno no puede abastecerse toda la vida únicamente con lo que haya en su interior, no podemos alimentarnos sólo de los supuestos que nuestra cabeza elabore, pues son eso, supuestos, y los hemos de contrastar, hemos de buscar e indagar en la cabeza de otros, y quedarnos con lo mejor de lo que contemplemos. Nos alimentamos de otros y de nosotros mismos. Pero todos sabemos que nuestras reservas son limitadas, finitas, y que si uno no se alimenta de ninguna otra cosa termina, tristemente, por morir.
Hoy estoy saciada. Satisfecha. Como quien acaba de darse un buen festín. Resulta que me había puesto a dieta, de engorde, y no paraba de comerme todo lo que salía de mi cabeza. Y era consciente, quería encontrar el botón que apagara mi hornilla, pero no lo conseguía. Y tengo que agradecer que la ayuda haya venido aun sin haberla yo pedido. Este daño remite, cesa, y ahora quiero pensar en otras cosas. Hacer otras cosas.
Me doy cuenta muchas veces de que pierdo la pieza más importante en el ámbito del ser humano: la comunicación. ¿Por qué, por qué prescindo de ella tan a menudo? Echemos a correr de nuevo al bosque; pero esta vez de la mano de un amigo.
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Should I stay or should I go?

lunes, 12 de julio de 2010 by Chio Eme
Dicen que la música amansa a las fieras... bien, alivio, si no me amansa debe ser porque no soy una fiera, ¿no? Empiezo a cuestionar cada razonamiento que sale de mi cabeza; normalmente uno se escucha pensar y está de acuerdo con todo lo que dice, oye aplausos en su cabeza y piensa: "bien pensado". No es mi caso, no me gusta pensar como pienso, aunque haya aprendido a aceptarme, pero admito que esto es nuevo. Mi error ha sido permitirme pensar así tanto tiempo, sí; me he dejado yo solita construirme unos supuestos de lo más dañinos, de lo más engañosos y de lo más perjudiciales. Y mientras me aplaudía; di que sí, pon la mano en el fuego sin miedo, pues estás deseando quemarte.
Porquería; estoy llena de porquería y no sé cómo limpiarla. Ojalá fuera tan simple como coger un estropajo y ponerse a eliminar células muertas de la piel. Me rodeo de barreras invisibles y me ahogo por no saber saltarlas. Me he puesto tantas metas y tantos propósitos que no soy capaz de llevar a cabo ninguno. Me he sumido tan de lleno en la mierda que no me creo capaz de saber salir de ella. Incapaz; ése es sin duda el adjetivo que mejor define cómo me siento, y no sé por qué es.
Quiero que pase esta ola de calor, que venga una brisa de aire fresco y lo barra todo; que se lleve ya las hojas marchitas y secas y deje sitio para que crezcan otras más limpias y frescas. Que las cosas sigan su ciclo y esto no parezca agua en un estanque. Sé que a esto sólo yo puedo ponerle solución, y en ello me hallo. Algo desconcertada, preocupada, pensando cómo voy a salir de ésta.
Vaya película me he montado yo solita; pero va a haber cambios en el guión.

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Spunks

sábado, 10 de julio de 2010 by Chio Eme
La extraña e incesante frustración de no saber qué hacer con mi vida me persigue. No sé si correr o dejar que me alcance. En muy pocas ocasiones me embarga la lucidez suficiente para darme cuenta de que, bueno, todos somos raros, pero una a veces siente que se lleva la palma.
A veces la euforia y la fuerza parece que quieren explotar y salir de mi cuerpo, por ello lo recorren a toda velocidad provocándome una familiar sensación de desequilibrio, de extrañeza.
Estar borracho/a y quedarse como un tonto mirando las luces de la discoteca. Salirte solo/a a la calle en busca de aire. Hablar como si nada con el primero que se te presenta. Me resultan graciosos, a la par que curiosos, los efectos que el alcohol tiene sobre nuestro cerebro. ¿Por qué la vida corre a cámara lenta en esos momentos? Si te quedas inmóvil y te quedas mirándola, te sientes de pronto desubicado, te recorre una sensación de agobio, de inutilidad, de desconcierto, de cobardía.
Agobiante; no consigo aflojarme del todo la corbata. Como mucho logro desabrocharme un par de botones de la camisa. No sé qué hacer, no sé cómo hacerlo, no sé qué quiero. Siempre en standby, siempre en estado de espera, sin saber a qué esperar. Esto es la vida, y no es ningún misterio que no hay más que una, pero es que sé que no logro que los días no sean más que números en el calendario, y eso me atemoriza. No es eso lo que quiero, ni lo que espero, yo quiero mucho más. Quiero empezar, poner el marcador a cero, que empiece a marchar mi cuenta kilómetros. Se acabó el esperar, necesito actuar.
Para algunos, dejarse llevar suena demasiado bien, pero quién coño logra hacerlo... Un puto bicho raro, pues sí, eso he sido siempre y siempre lo seré. O una rayada de mierda. Uno es como es, por lo menos puedo decir con firmeza que es de las pocas cosas que he aprendido: lo genial de la diversidad humana radica, sencillamente, en que cada uno se comporte tal y como es, por lo que no pienso, ni ahora ni nunca, recriminarme por ser así. No sé ser de otra manera, y lo he intentado. ¿Pero qué sentido tiene eso? Necesito regaliz.
Qué desperdicio; ¿no duele, dentro de uno mismo, sentir que desperdicias los días?

Hey boy, Hey girl

miércoles, 7 de julio de 2010 by Chio Eme
¿Te crees que no tenga nada que decir? Yo no. He estado observando, observándote, observándoos; con los ojos, con mis sentidos, con la cabeza. Si hay algo realmente peligroso en el arte de observar y asimilar es llegar a creerte todo o gran parte de lo que captas. No hay nada peor que la influencia: he aprendido que cuando alguien, de alguna manera, te influye, sus ideas y sus supuestos se proyectan en ti, como una película; y muchas ideas las adoptas, las introduces en tu cuerpo, pasan a vivir en simbiosis con tus ideas propias, hasta llegar en ocasiones a desbancarlas y establecerse como soberanas de esa pequeña región llamada cerebro. Hablas y dices cosas que crees elaboradas por ti, que te crees porque piensas que son tuyas; pero realmente se llega a un punto en el que resulta muy difícil delimitar qué ideas o razonamientos son tuyos y cuáles has robado y reciclado.
Hacer esto es inevitable, porque es algo puramente humano.
Encontrar unas líneas de expresión propias; he ahí el desafío. A menudo pienso que no me expreso correctamente, es decir, si pudiera expresar con palabras sólidas los aires y vendavales que corren con fuerza por mi cabeza, creo que alguien podría construirse una idea apropiada de mí. Siempre siento que cuando intento explicar cómo me siento con respecto a algo, acabo diciendo algo que se asemeja, pero distinto. Es como si intentara hablar de un libro pero acabara describiendo otro distinto, por semejanza, por ser demasiado denso para mí lo que encierra el primero.
Entenderse, y entendernos, a veces me resulta sumamente complicado, y sé que no debería ser así. Las personas caemos en la propia frustación de sentir que nadie puede entendernos o conocernos del todo y acabamos sintiéndonos, irremediablemente, bastante solas. Quieres darle a alguien la imagen más clara, nítida y pura posible de tu alma, pero sabes que como mucho lograras captar una imagen medio borrosa y sepia, en la que no se perciben bien todos los colores, en la que las sombras y los movimientos se disfrazan. Es más, la otra persona procura lo mismo, y la más conseguida interpretación que puedas lograr de su foto sabes muy bien que nunca será suficiente. ¿Se trata, entonces, de resignarse? ¿De conformarse? ¿O se trata sin embargo de una lucha insaciable por volver esa fotografía lo más limpia posible? Me gusta quedarme con esto último, pero me pregunto si es posible, pues en ello intervienen varios factores: no se trata sólo de las ganas que pongas en aclarar su foto, sino también de que esa persona sepa decirte dónde van los colores. ¿Acaso alguien puede decir que realmente se conozca a sí mismo?
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