Cogió el gitano su guitarra y se sentó junto a la ventana, de manera que toda la luz le iluminaba la escasa cabellera que cubría su cabeza, y dejaba al descubierto también las curvas de aquella magnífica guitarra. Magnífico, casi divino, así era el sonido que emitían sus rechonchos dedos al tacto con las cuerdas. Aquellos acordes parecían ser el mismo discurrir del agua; su música encajaba a la perfección con la atmósfera vital que poseía aquel momento. Aquel barecito, aquella alegre gente. Qué aire de vida se respiraba; sin duda era la música la que te llevaba a sintonizar con todo aquello.
Aquella pasión que el gitano despedía por todos los recovecos de su cuerpo al tocar, era inconfundible. Nunca jamás he visto a nadie sentir la música de aquella forma. Dejarse envolver por esa magia que parecía elevarle muy por encima de todos nosotros.Casi parecía irreal, inhumano...
0 comentarios:
Publicar un comentario