No entiendo en qué medida o para qué nos necesitamos los seres humanos los unos a los otros. Pero sí entiendo una cosa: la necesidad nos corroe y nos guía. Cuesta mucho distinguir lo que uno necesita de lo que uno quiere, si es que realmente existe esa diferencia. Sin embargo muchas veces la necesidad no es suficiente si no se acompaña de corage, valentía o atrevimiento. Uno puede quedarse acurrucado, hecho un ovillo en un rincón compadeciéndose de lo mucho que necesita hacer o poseer ciertas cosas o cualidades, sintiendo cómo le embarga una incapacidad e inmovilidad asfixiantes, hasta tal punto que sus necesidades pasan a convertirse en imposibles y marcha a buscarse unas nuevas, supuestamente más asequibles.
Cuando te quitas una espina, dejas sitio para que entre otra. Cuando dejas un vicio o mal hábito, tienes sitio para adoptar otro. También puede suceder que no logres quitarte una espina, y entonces se te vayan acumulando en un mismo hueco, y también puede pasar que piyes tantos vicios que acaben pasándote una enorme factura, por no saber tomarlos en su justa medida, sin ningún tipo de control. Pero no busques algún control en las espinas: son malas, sí o sí, hacen daño en cualquier medida y no nos causan ningún bien excepto cuando nos proporcionan esa agradable sensación de alivio al quitárnoslas, llegando a la catarsis.
Hace tiempo que he perdido el hilo de todo esto, del necesitar no cosas, sino a otros seres humanos. Creo que cuando quieres a alguien inevitablemente lo necesitas, y en ese momento se pasa a estar unidos como por un finísimo lazo que hace que cada movimiento que uno haga provoque una sacudida en el otro, es decir, que al actúar tengas que tener muy presente que tu siguiente acción repercutirá en el otro. Pasas de ser o de pensar por uno, a ser o a pensar por dos. Pero, ¿y qué pasa cuando no necesitas a alguien? Entonces pierdo el rumbo al que todos estamos destinados haciendo varias paradas en lugares que no entraban en el plan.
No entiendo el dar sin sentir, y sin embargo creo en el sentir sin el dar. Muchas veces nos dedicamos al total ejercicio de lo primero, pero, ¿qué te queda luego al abrir las manos? Lo mismo de antes, pues es un dar momentáneo, espontáneo, pasajero. Puedes dar, dar y dar, y no notar cambio alguno en tu ser. Ni inmutarte. Y a eso, lamentablemente, no puedo evitar catalogarlo de ser un poco frío, aunque venga precedido de un acto puramente pasional y cálido.
No lo sé, últimamente no logro entender nada, sino intuirlo casi todo. Y así me quedo en ascuas, en cueros y confusa. A medias. Seguramente más a medias que tú.
semillas amarillas, semillas rotas de nuevo.
Hace 6 años
1 comentarios:
catarrrsis... que tremendo vocablo :)
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