Que no me da la gana pasar media vida buscando esa frase que tal vez ni exista - Extremoduro.

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lunes, 15 de abril de 2013 by Chio Eme
Hay días que puedes pasarlos enteros, a la desesperada, sufriendo por no lograr encontrar las palabras que den sentido a la frase que pasea por tu cabeza. Días que terminan por convertirse en meses, meses que terminan aterrándote al ver que se han convertido en años.
Y, hay veces, que las palabras dejan de ser metáforas, símbolos que encierran estados del alma, y pasan a ser el alma misma. Y, sin palabras, no logras ya conocer el estado en que se encuentra. Y, así, transcurren días, meses, y años, sin saber mucho de ella.
Hay muchas formas de relacionarse con la vida (que no es sino hacerlo con uno mismo), y a mí a todas esas formas de relación me gusta llamarlas arte. De ahí que le encuentre, quizá, un margen demasiado amplio de actuación; claro que también podría haber optado por omitir ese quizá.
La forma en que unos ojos se contraen o expanden al sonreír; eso, es arte. Para mí más lo segundo que lo primero. La forma en que una nariz respira sin atragantarse. La armonía con que tomamos y soltamos oxígeno cada segundo, sin siquiera reparar en ello. La forma en que acaba por desarrollarse un pensamiento; empezar pensando en escribir sobre la primavera que la sangre altera y acabar hablando siempre de esto, de lo mismo. Y que el simple hecho de poner o no una frase en cursiva, me lo siga pareciendo. La cursiva. La kriptonita de los adictos al Word.
Hay días en que me parece importante, todo esto. Días en que fijarlo, de repente, parece tener algún sentido. Días en que necesitas sentirte. Días en que para hacerlo necesitas explotar y explotarte. Exprimirte. Averiguarte.
La eterna duda de cómo saber si estás viviendo bien tu vida o si yerras y la estás dejando pasar. El eterno engaño que supone hacer a cada momento lo que nos gusta, lo que nos proporciona seguridad y un sentimiento reconfortante. El peligro de no discernir entre algo reconfortante y algo genuinamente generador de vida.
Tengo la absoluta certeza de que vivo la mayor parte del tiempo instalada en un constructo interno de irrealidades. Ideas, sentimientos y anhelos pseudoficticios que me arrastran y me dejan con la sensación de tener una adicción más potente y sólida que la de un adicto a la heroína. Y no siempre logro recriminarme. Pero es que a veces no estoy segura de que haya siquiera un mundo subconsciente común en el que nuestras conciencias puedan vivir.
Observas a la gente vivir sus vidas y autorreafirmarse, cada día, en la tranquilidad social generalizada de pisar cimiento y que le otorga el sello de "verificado" a sus experiencias, convenciéndolos de que eso que están viviendo es, sin ninguna duda, real. Y no dudan de sus sentimientos, porque no hay nada de lo que dudar. La palabra sentimiento desdibuja su propio sentido y pasa a adoptar el estandarizado. Y todos afirman amar, querer, o sentirse queridos. Sin plantearse siquiera si tal cosa exista en realidad, pues, por lo que sabemos, bien podría haber sido un invento occidental, no muy lejano al del estado del bienestar y la felicidad que se le asocia.
El arte, aunque fantástico, no deja de ser un producto humano. No es realidad. Y todo lo que sabemos, todas las grandes nociones y esperanzas que concebimos y aguardamos sobre el ámbito sentimental, han sido en gran medida heredadas del arte mismo.
Por eso a un ojo despierto, quizá, le sea inevitable reparar en que lo acontece bajo su mirada cada día puede que no sea, en sentido estricto, real. Lo que sucede de ordinario no deja de responder a ciertos patrones, no deja de ser realizado con esa cierta inercia que subyace en todas las ciudades a la hora de ponerse éstas en marcha. Lo ordinario no deja de ser eso, ordinario, común, habitual. Lo real debe ser más genuino, ha de hacerse de más esperar; si es auténtico, seguro que requiere profundizar un poco más.
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